Come, duerme, muere
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Raša, joven deslenguada y corpulenta, destila energía por los cuatro costados. Capaz de empaquetar más lechugas que nadie en tiempo récord en la fábrica en la que trabaja, aporta a su hogar (compuesto por ella y un padre con la espalda lesionada) su sueldo y su desvergonzada alegría. Cuando su padre parte a Noruega y los recortes la dejan en el paro, Raša no se queda mano sobre mano. Lo suyo es la acción y el movimiento constante. Aunque sueca, su nombre extranjero (de Montenegro, de donde vino al nacer) aleja a los empresarios en su políticamente correcto país. Pero Raša no se amilana. Con resistencia y empuje aplasta los obstáculos antes de que los obstáculos la aplasten a ella.